2 de junio de 2008

Miradas al Programa Nacional de Cultura 2007-2012. Reflexiones finales.

Primera de dos partes.
Resulta complicado, por no decir peligroso y parcial, intentar en pocas líneas establecer un análisis general de un documento que pretende esbozar en 233 páginas los objetivos, los diagnósticos y las expectativas que tiene el Gobierno Federal en materia de cultura para nuestro país, no solamente para el periodo que le corresponde a la presente administración, sino proyectando sus criterios hasta el 2030, como se anota en el prefacio del mismo Programa.

Así pues, el presente texto se reducirá a anotar algunos puntos que nos parecen críticos y que se decantan de la revisión que se ha hecho en este blog, durante las últimas semanas, de los ocho ejes rectores del Programa.

En primer lugar, nos parece fundamental anotar que, fuera de las frases que remiten al viejo eslogan de la riqueza cultural mexicana, no existe en todo el documento un párrafo que remita al concepto de cultura. Con ello no queremos decir que se deba insertar una noción académica y estática, pero sí creemos que debería de existir un esfuerzo de definición, aún de forma abierta y no definitiva, sobre lo que significa para la institución la materia sobre la cual trabaja. El único espacio donde se establece un ejercicio de reflexión sobre el tema es en el mensaje de la Secretaria de Educación Pública, Josefina Vázquez Mota, que abre el documento, junto con los mensajes correspondientes del Presidente de la República y del Presidente del Consejo.

A lo largo del documento, se aprecia que la Cultura deviene, sin escapar a los mitos del Nacionalismo Cultural, coto de caza de la nostalgia: la Cultura es lo que se expresa a través del Patrimonio, de las herencias históricas, es lo que se administra a través de las Instituciones Culturales de larga memoria… Anecdóticamente, podemos comentar que las imágenes que acompañan el documento resultan fotografías de piezas arqueológicas, construcciones y personajes de principios del siglo XX. Por supuesto que se habla de porvenir, de oportunidades, de nuevas tecnologías. Claro que se le da espacio a las Industrias Culturales, a la evolución de las instituciones y al desarrollo sustentable. Sin embargo, percibimos que en lo que respecta a los nuevos senderos por los que transita la acción cultural existen más sospechas e intuiciones que afirmaciones. Es por ello que hablamos de una falta de definición conceptual.

Derivado de esto mismo, se observa la falta de articulación entre los ochos ejes rectores, puesto que no se percibe un sustento ideológico, un entramado filosófico que apuntale el sentido de la acción cultural. Parecería que a lo largo de los ocho apartados que conforman el corpus del Programa, el vacío conceptual provocó una serie de fracturas entre las áreas temáticas que impiden leer el documento de forma integral.

Por otra parte, esta falta de definición no atañe exclusivamente a los conceptos. El Programa establece, a lo largo de sus ocho Ejes, estrategias para paliar y dinamizar la acción cultural. El problema es que las estrategias, al no establecer el documento canales concretos de acción, se confunden con objetivos. Es el caso de la consecución de recursos, que bien sabemos corresponde, en nuestro esquema gubernamental, a la buen voluntad que manifiesten los responsables tanto del gobierno federal como de los gobiernos locales, es decir, recursos que emanan del presupuesto oficial. Sin embargo, cuando en el documento se habla de responsabilidades compartidas, esquemas de participación, de la valoración de los mecenazgos, patrocinios y coinversiones, se está hablando abrir el campo a la presencia y ejercicio de otros agentes ajenos al espectro gubernamental. Pero en todo el documento no se dice, en ninguno de los puntos estratégicos, de qué forma se pueden agenciar recursos externos, cómo se puede administrar un esquema justo de inversión del capital privado (sí se nos recuerda que el Estado no debe perder su papel rector), cómo pueden los agentes culturales acceder a la autogestión… Es cierto que en todos lo textos que componen el planteamiento de los Ejes se anota la necesidad de establecer vínculos más estrechos y una mejor comunicación entre la Federación y los gobiernos estatales y municipales. Pero estas responsabilidades compartidas, si no se generan procedimientos claros y específicos sobre los recursos y su aplicación, se quedarán en buenas intenciones, que no faltan en el documento.

Es bueno de tarde en tarde ver aparecer la autocrítica como horizonte de expectativa de la literatura institucional. Y esto no es algo de lo que se pueda reclamar por carencia al Programa. De hecho, varios de los mea culpa presentes en el texto, principalmente en el apartado de las estrategias, aparecen dirigidos al INAH, como una de las entidades que son coordinadas por el CONACULTA. Nos parece, no obstante, que las críticas que aparecen en las páginas del texto corresponden más bien a una falta, nuevamente, de definición con respecto a las tareas que cada una de las instituciones ha tenido históricamente a su cargo y que no han sido replanteadas bajo la luz de los nuevos tiempos.

Si lo que se pretende es construir formatos en la administración cultural que permitan generar ingresos (cuyos primeros beneficiados deberían ser las poblaciones locales), es necesario crear códigos que establezcan hasta dónde llegan las responsabilidades de cada uno de los niveles de gobierno, definir verdaderamente la autogestión, eliminar las dobles funciones, ubicar hasta donde la cultura puede y debe ser rentable, dejar sin validez la autoflagelación como ejercicio que no busca necesariamente la redención…

En la segunda entrega de este texto aterrizaremos sobre ejemplos concretos de lo que hemos hablado hoy.

2 comentarios:

Hache dijo...

interesante analisis.
Gracias Ishtar por referirnos para aca,
abrazos desde la costa noroccidental

LE MIROIR QUI FUME / THÉÂTRE dijo...

En espera de lo que se expondrá en la segunda entrega, me parece que las debilidades que saltan a la vista en su análisis del PNC no son tales. Más bien son la expresión hipócrita (porque no dice su nombre) de una política cultural que consiste en administrar una no-política cultural. Es atole con el dedo, porque no es que la voluntad política esté ausente: ésta se manifiesta en los hechos como obstáculo a la articulación coherente de medidas tendientes a fundar una política de Estado en materia cultural y a la legislación de los derechos culturales.
Saludos, Manuel.