18 de marzo de 2013

Imágenes literarias del nacionalismo mexicano

Continuando con la serie de artículos escritos por los integrantes del Observatorio, publicamos a partir de esta semana el texto Imágenes literarias del nacionalismo mexicano después de la Independencia: Guillermo Prieto y el abrazo de la musa callejera de Caterina Camastra. 

Este texto fue publicado en el libro Liberty, liberté, libertad. El mundo hispánico en la era de las revoluciones coordinado por Alberto Ramos Santana y Alberto Romero Ferrer y editado por la Universidad de Cádiz, 2010. 

Caterina habla en este texto sobre la construcción de estereotipos nacionales, fuente del folklore que opera el Estado Nacional al construir la noción de Patria. La China y el Charro, el Chinaco, quienes con su salero y simplicidad defienden el orgullo nacional frente a los ridículos extranjeros que quieren mancillar nuestra tierra (v.gr. los franceses) representan estas figuras de lo popular que son dotadas de un sentido político a través de su instrumentación literaria, musical, escénica... Operación que también podemos observar en lo ocurrido durante el s. XX con otras memorias y tradiciones, como el son jarocho. Tema que ya hemos tocado en este espacio.

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Imágenes literarias del nacionalismo mexicano después de la Independencia: Guillermo Prieto y el abrazo de la musa callejera 

Caterina Camastra

(PRIMERA DE SEIS ENTREGAS)
 


Chinaco y China


Entre el grupo de liberales que triunfaron con el juarismo en 1867, Guillermo Prieto es quizás el que con más entusiasmo recurre a la retórica de lo popular en su esfuerzo de contribuir a un proyecto cultural nacionalista. Ya desde 1836 había fundado, junto con José María Lacunza, la Academia de Letrán, «institución [...] que se había propuesto la tarea de ‘mexicanizar la literatura, emancipándola de toda otra y dándole carácter peculiar’»1. Varios años después, entre noviembre de 1867 y abril de 1868, participó en las veladas literarias promovidas por Ignacio Manuel Altamirano, que desembocaron en 1869 en la fundación de la revista El Renacimiento. La cuestión de la literatura nacional era, para ese grupo de intelectuales, crucial. El mismo Altamirano escribió acerca del valor simbólico, y por ende político, de la obra poética de su compañero Guillermo Prieto, en términos que sitúan inmediatamente el horizonte del discurso: «formar la verdadera nacionalidad» y «dar a las masas el conocimento de su verdadero valor»2. González habla del «furor por ser de su tiempo y de su tierra» de este grupo de intelectuales: «En las veladas y en la revista [...] se procuró hacer una literatura nacional [...] mediante la práctica de temas autóctonos, el uso de vocablos indígenas y modismos populares»3.

Musa Callejera. Poesías festivas nacionales por Fidel, de Guillermo Prieto, se publica en 1883, y la novela de Manuel Payno Los bandidos de Río Frío en 1889. Ambas obras se pueden ubicar en la corriente del costumbrismo romántico mexicano4 y ven la luz hacia fin de siglo, lo cual implica que la visión ideológica que expresan pertenece a la madurez de los dos autores y puede considerarse, en cierta forma, un resumen retrospectivo de su punto de vista. Payno y Prieto fueron compañeros de filiación política y de camino, y ambos creyeron en la necesidad de la puesta en marcha de un proyecto de nación, de la invención de una tradición, aunque ellos mismos nunca hubieran utilizado semejante expresión. 

En las dos obras mencionadas se puede notar una diferencia de actitud sutil y sin embargo importante. «El temperamento de Payno le impuso a su confesado liberalismo un tinte moderado», señala Zoraida Vázquez5. La mirada del autor implícito en Los Bandidos hacia la fiesta popular de los arrabales urbanos oscila entre la fascinación y la condena, entre la atracción y el rechazo. Tal como Evaristo el bandido, a pesar de su alma negra, es atractivo, buen bailador y hábil artesano, el fandango, es decir, la fiesta y baile popular por excelencia, es espacio de vicio y degeneración, pero también de habilidad musical, poética y dancística, y por cierto, ¡qué lindas las pantorrillas de las chinas bailando! El autor implícito no puede evitar asomarse a la puerta de la pulquería Los Pelos, Ciudad de México, o del Otel de los Tapatíos, feria de San Juan de los Lagos, y tal vez hasta entrar y ceder a la tentación de unas chalupitas y una jarra de pulque, después de describirlas con tanto cariñoso detenimiento.
En cambio, la actitud del yo poético en Musa callejera es de entusiasmo romántico sin reservas, y disposición a incluir la fiesta y los tipos populares entre los símbolos de orgullo nacional. La pretensión de «encarnar la opinión popular, ‘callejera’, [...] constituyó, ya en las últimas décadas del siglo, uno de los más importantes índices de legitimidad a nivel del discurso político», acota Montero6. Muchas de las composiciones incluidas en el poemario ilustran tal propósito. La siguiente estrofa da comienzo a un poema especialmente emblemático, «El túnico y el zagalejo»:

La del cabello encrespado,
la de delgada cintura,
la de sagaz travesura
en el mirar seductor;
la linda china poblana,
más linda que las estrellas,
¿quién quitó a tus formas bellas
el insurgente castor?7

La alegoría femenina de la patria8 no es nada nuevo en la iconografía que a todos nos es familiar. Tampoco lo es la alegoría femenina de la libertad. Que me perdone don Guillermo por sacar a colación a sus enemigos simbólicos, pero la referencia que primero me salta a la mente es el famoso cuadro de Eugène Delacroix que retrata a la libertad que guía el pueblo en las barricadas. Regresando a un ejemplo mexicano, dice el mismo Prieto acerca del cuadro Constitución del 57, de Petronilo Monroy: «con su cabello rizado y flotante, su frente abierta al pensamiento y al amor, sus negros ojos como dos abismos de ébano [...] y ese color apiñonado y delicioso que sólo se matiza con las auroras y se fija en las mejillas de nuestras bellas»9. En esta tónica idealizadora, totalmente romántica, la belleza nacional mexicana es mestiza, de cabello encrespado y color mezclado. En efecto, ése es uno de los significados de la palabra chino y, en mi opinión, el origen más probable de la definición de china poblana. «Chino. Rizo de pelo. [...] Genéricamente se dice del descendiente de padres de sangres distintas no europeas, en toda la América», reza el Diccionario de mejicanismos de Santamaría10. «Chino. (Del mejicano chinoa, tostado, por alusión al color de la piel). América. Dícese del descendiente de india y zambo o de indio y zamba», nos informa la edición del Diccionario de la Real Academia Española 189911. El uso como calificativo cariñoso (mi chino, mi china, expresiones que todavía se usan) en América Meridional aparece consignado en el Diccionario de la Real Academia más tarde, hasta 192712, lo cual no quita que formara parte del uso corriente desde mucho antes, mínimo desde el siglo XVIII. 



NOTAS
 
1 Luis González, «El liberalismo triunfante», en AA.VV, Historia general de México, México, El Colegio de México, 2002, pp. 639-640.

2 Apud Susana A. Montero, La construcción simbólica de las identidades sociales. Un análisis a través de la literatura mexicana del siglo xix, México, Plaza y Valdés, 2002, p. 27.

3 González, op. cit., p. 651.

4 Cfr. Enrique Florescano, Espejo mexicano, México, Fondo de Cultura Económica, 2002, pp. 139-140.

5 Josefina Zoraida Vázquez, «Los libros de texto de historia decimonónica», en Belem Clark de Clara y Elisa Speckman, eds., La república de las letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2005, p. 287.

6 Susana A. Montero, op. cit., p. 47.

7 Guillermo Prieto, «El túnico y el zagalejo», en Musa callejera, México, Porrúa, 1985, p. 37. «Castor. Tejido de lana, mezclado de blanco y rojo, que las mujeres del pueblo y las rancheras usaban mucho y aún usan para hacer sus enaguas» (Francisco J. Santamaría, Diccionario de mejicanismos, México, Porrúa, 1974).

8 Cfr. Enrique Florescano, op. cit., p. 156.

9 Apud Enrique Florescano, op. cit., p. 156.

10 Francisco J. Santamaría, op. cit.

11 Diccionario de la lengua castellana por la Real Academia Española, decimatercia edición, Madrid, Imprenta de los Sres. Hernando y compañía, 1899. Reproducido a partir del ejemplar de la Biblioteca de la Real Academia Española, disponibile en www.rae.es
 
12 Real Academia Española. Diccionario manual e ilustrado de la lengua española, Madrid, Espasa-Calpe, 1927. Reproducido a partir del ejemplar de la Biblioteca de la Real Academia Española, disponibile en www.rae.es.

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